domingo, 28 de octubre de 2018

El día que no me supe tu nombre.


El día que no me supe tu nombre
con los ojos,
con la voz,
con las manos templaste el aire.
Como harías siempre luego
cuando el mundo y las cosas se
r-e-v-u-e-l-v-e-n
en el vaivén de lo que pasa.

El día que no me supe tu nombre,
tu nombre se hizo en el aquí y en el ahora
de lo que sin duda nos existe:
cielos que se habitan, distancias
que salvas (con no poco sacrificio),
lo que callas,
lo que acallas,
lo que encallas 
en las calles interiores de tu casa.

La puerta abierta.
La vida que espera alerta, atenta.
La lluvia para el sol entre la nieve.

El día aquel que no supe nombrarte
aprendí de nuevo palabras empolvadas:
casualidad,
coincidencia,
el amor a los amigos,
la paz después de tantas guerras.

Tu nombre es paradoja porque
contigo no hay tu nombre.

Insignificante pilar 
que sostiene
barricadas de otras luchas,
que aprieta
corazones en las tripas,
que reza
a-dioses que ni siquiera ha contemplado todavía.

El día que no me supe tu nombre
resultó ser, únicamente,
el principio de todo.