Lo sobreentendido es luz en cubículo de los seres que mueren, exclusivamente un justo vasallaje en victoria -dicen que- divina, Yemen. Únicamente un problema menos de lo distinto, Irak. Regálate los miedos de la hartura, Madrid. Rómpete por dentro, París. Lo sobreentendido es un pensar libre, Londres. Es esa racionalidad de lo imposible cuando metrallea lo previsible de las curvas que se tocan, Siria. Lo verificable dentro de lo huesudo, Beirut. Ahora un blando silencio de lo familiar y lo consciente, Palestina. Una adornada palabra con vacíos que tiemblan, Libia. Verifico lo nuevo en ese impuro no-ser que luego camina torpemente desde fondo atroz de lo presente, Afganistán.
Y nunca me perdono cuando escucho la palabra terrorismo: el tiempo corre mientras procuro entender algo y llevarme a la boca un minuto de silencio sujetando la rabia entre los dientes, raspándome la piel con las paredes del mundo.
d.