Tacto (1).
Caos. Empujones. Gritos. Multitud. Bombines y bombones. Chocolate. Humo y malos humos. Cachis. Rayas. Rojas y negras. Emociones y decibelios desbordados. Espacio vital: cero. Entre la masa heterogénea de almas aullando versos de Sabina, lo desarmé por dentro entreviendo sus miedos vulgares y su profundo amor gratuito. Qué desigual. Qué injusto. Qué adolescente. Salpicados de alcohol lo miré: días de desenfreno, locura positiva, sueños de neón, habitaciones ventiladas y no pocos puntos suspensivos que siempre habían continuado con capítulos mal hechos desde que yo había regresado. No era la misma. No podía desatarme de ningún instante que había pasado allí, contigo. No podía y no quería. Que no. Pero me regalé una diminuta tregua: igual era solamente la resaca emocional de mi vuelta. Ya veríamos.
Más de cien palabras, más de cien motivos
para no cortarse de un tajo las venas,
más de cien pupilas donde vernos vivos,
más de cien mentiras que valen la pena.
Escuchando ese estribillo en medio millón de bocas desconocidas, supe que no estaba haciendo las cosas bien; pero, ¿acaso había forma alguna de hacerlas mejor? No. La crudeza de las últimas semanas me había dado una buena lección: patadas en el estómago que alcanzan el pecho hasta prohibir respirar durante un rato largo. Y fue entonces cuando la tormenta de nervios se deshizo en lágrimas, ocultando un infierno interior sin poder evitar acurrucarme, desesperada, en el suelo, desahogando silencios obligatorios. Mi caja de Pandora se abrió un poco.
Fede me preguntó qué me pasaba sin mucho interés, haciendo un teatro malo de títere asustadísimo: él estaba a lo suyo, con sus colegas borrachos. Le contesté que nada, llamándole idiota cariñosamente para que me dejara tranquila. Me pidió serenidad y ausencia de pensamiento: “Tú no lo pienses y disfruta, ¿eh?”. Yo me limité a asentar con la cabeza ida. Él, cómplice facilón de mi sonrisa cierrabocas, me besó como quien lame un sobre para una madre y siguió pendiente del concierto. Era un buen tío. Yo sabía cómo lograr que continuara siendo esa marioneta acartonada de alma blanda. Joder, casi nunca se enteraba de nada, aunque esta vez era mejor así. Si hubieras estado tú, aquella conversación jamás habría tenido lugar: habrías libado mis lágrimas y me habrías llevado en brazos hasta el coche para desnudarme por fuera y por dentro. Pero el escenario mágico era una mentira. No valían mis esfuerzos forzados. Únicamente quedaban las trampas de un sueño roto. Ya no disfrutaba de las pequeñas cosas desde que probé, contigo, las grandes. Tenía unas ganas terribles de salir de aquel estadio. Qué agobio. Aguanté estoicamente las ganas de vomitar obligándome a respirar profundamente para que pasara el efecto del alcohol mientras rezaba, estúpida, que no volvería a beber. Tan típico. Hasta la próxima: más y mejor. En realidad lo sabía.
Lo que me atormentaba no era dónde sería la siguiente copa ni el siguiente desfase con música y bebida barata en plástico con olor a bolsa de basura. No. Lo que me atormentaba era la idea de buscarte sin descanso en cualquier rostro no conocido, en cualquier tierra que no era la mía. ¿Y el siguiente polvo? Dios, no me reconocía. Era ridículo no creer en el amor y, paradójicamente, nunca haber dejado de buscarlo. Una realidad bicolor que me frustraba desde que nuestra historia se deshizo entre las nubes. Me sentía a destiempo de mi generación. Siempre había necesitado compartir a otro nivel, con gente que me adelantaba en años y en altura – nunca fui muy alta – pero no en ideas ni perspectivas. Y fue así como descubrí el Amor. El Amor con mayúsculas. El Amor y el dolor. En ti. Dos caras de una misma moneda. Y fue así, también, como perdí la inocencia transparente. Y así como entendí que todas las historias tienen, invariablemente, principios y finales. Y así. Contacto y sudor. Dos siluetas ardiéndose imantadas.
d.
4 comentarios:
Estaba preparando un fotomontaje para el 18, que hago un año en el blog. Dos canciones preparo, no sé cual pondré al final de las dos, pero una de ellas es el estribillo de esta canción de sabina...
A veces es terrible ser sabinera.
Un saludo.
Y tanto que valen la pena...aunque parezcan verdades o aunque a quien las cuente sea imposible no creerle. Van cayendo poco a poco esas que tenía guardadas para un nadie inesperado. Me declaro culpable, que lo sepas.
mamen: estoy completamente de acuerdo. esta es una de las que más me gusta. muá!
normanjean! qué sorpresa. mientras no pase de cien mentiras, vamos por buen camino. luego, ya pensaremos. beso!
d.
Ya no disfrutaba de las pequeñas cosas desde que probé, contigo, las grandes
Lo que me atormentaba era la idea de buscarte sin descanso en cualquier rostro no conocido, en cualquier tierra que no era la mía
Era ridículo no creer en el amor y, paradójicamente, nunca haber dejado de buscarlo
Joder, Duenda, joder...hoy vienes arañando con fuerza por dentro.
Me he reconocido especialmente en estas tres frases... qué difícil es volver a empezar de cero... Como siempre digo yo: es muy duro aprender a mirar y querer de una forma distinta a como se siente... en fin, habrá que intentarlo...
Besos en la frente, Duenda...
PD: estoy de acuerdo con Mamen, a veces es terrible ser sabinera
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