Para María.
Dios está descalzo, pensaba cuando era niña. Los tambores resonaban en las tripas mientras mi madre me peinaba. Era un gusto. Con zapatos de charol recién limpiados, iba dispuesta a batir mi palma que aún olía a fresco. Yo no entendía por qué había que batir palmas. Ni por qué se portaban a los hombros cruces de madera en señal de penitencia. Yo, entonces, no entendía muchas cosas. Ahora quizá tampoco. Pero me gustaba el olor a incienso, y las velas derritiéndose sobre el asfalto. Eran días de misterio y últimos fríos. Eran días familiares. Pensaba, también, que todo eso que sentía, al calor de los míos, era la felicidad. Hoy sé, que, sin duda, era de las cosas más cercanas a ella.
d.
*Derechos de imagen cedidos por María Moraga.
2 comentarios:
Cualquier remembranza de la infancia, o casi cualquiera, trae consigo una nostalgia parecida a la felicidad; una intimidad especial. Aunque sea ante todo una adición retrospectiva. Me gustó la evocación del texto. Un saludo :)
Pues muchas gracias, Tanagra.
d.
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