"Secretos. Vaya. Todos tenemos secretos. Todos compartimos secretos. Todos, alguna vez, nos jugamos alguno de ellos con un alguien, que a la larga quizá resulta poco indicado; pero bueno, es la vida, y eso no se piensa"- pensaba una duenda que no había visto nunca sentada en la ventana.
"Un secreto deja de ser un secreto cuando se convierte en mentira. Porque un secreto resulta que es una verdad grande y silenciosa, cuidada del conocimiento de los demás, mimada desde lo más dentro, acunada solo por privilegiados"- leía en el cielo acurrucada, con su gorro ámbar, juguetón entre sus manos.
Y es que un secreto de un solo alguien, no es demasiado peligroso, aunque puede doler y podrir un poquito la vida. Pero un secreto de dos o más, ya sí es un problema cuando no se cuida bien. Un quebradero de cabeza. "Maldito día... Me arrepiento de haber contado algún secreto. Míos, por otra parte, pero SECRETOS" - se quejaba triste.
Y es que los secretos van lazados a la confianza. Y era una criatura desconfiada, pero que si se volcaba, se entregaba. La ocurrió que contó un secreto. De esos que ni sus duendes ni hadas de toda la vida sabían; y se cruzó un alguien extraño disfrazado, que le brindó una sensación de bienestar absoluta desde el primer rato, que iba brillando, y esa luz... ¡zas! le atrapó.
La existencia es un puzzle de secretos. El secreto de la vida no está en intentar ser absolutamente nada. El secreto de la amistad no es ganarse a otro alguien basándose en teorías que funcionen. El secreto del amor no es dirigir, ni que te dirijan. Es amar, simplemente: si los compases de los sentires son compatibles y se coordinan, entonces... ¡voilà! he ahí un secreto maravilloso. Ah, y como me contó la duenda del gorro ámbar:
"Ten cuidado. Brillaba sí; pero la luz era de pilas. Ese era su secreto".
Duendecilla, alerta pero sin maquillaje.
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