Hay demonios que
se van con junio.
Cuando la
pimpilipausa aletea
el polvo de las
últimas flores de agua
y no importan los
yugos, y tampoco las promesas,
ni los ojos que
no miran a los ojos.
Se deshacen,
entonces,
las versiones
poliédricas que hipnotizaron las sombras.
Volvemos a volar
cometas de paz y de ahora
y la (pequeña)
ataraxia pide permiso
para quedarse un
rato más a jugar
entre los hilos
de los dedos de las manos
que dominan,
ahora sí,
el
viento
sur
y las verdades
que llegan en verano.
d.
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