" (...) Tanto estímulo exterior nos aleja del arte más grande de todos, que
proponía Montaigne: seguir siendo uno mismo, porque para alcanzarlo se
necesitan largas horas de reflexión, es decir, pasar mucho tiempo
sentado en una silla, o andando si es que se es afecto a los
pensamientos caminados que proponía Nietzsche, sin hacer nada más que
pensar y esto, en nuestro hiperactivo siglo XXI, constituye un pecado
capital.
Se han acabado los periodos de silencio, quien va andando no produce
pensamientos caminados, va consumiendo algo que sale de su mp3 y le
entra por los oídos, el que viaja en metro aprovecha el trayecto para
hablar por teléfono o para responder un e-mail, y cualquier momento
libre se rellena con la información ilimitada que produce la pantalla
del teléfono o de la tableta. Nadie tiene paciencia ya para sentarse a
oír un álbum de música completo, hay tiempo para oír una sola canción,
que se vende en iTunes por separado; el disco entero nos roba el tiempo
que podríamos aprovechar consumiendo otra cosa". Jordi Soler, "El pensamiento vagabundo", EL PAÍS 7/9/2013
Hace poco hablábamos en casa sobre la creciente necesidad de enseñar a los niños a aburrirse, de enseñar a los niños a que aprendan a no hacer nada de forma serena y satisfactoria. Seis horas de educación reglada y dos o tres horas diarias de actividades extraescolares es la realidad de casi todos los personajillos escolarizados, pequeños y no tanto. ¿Para qué? ¿Vamos a hacer generaciones mejores por el hecho de estar más ocupados? ¿Por qué todos tenemos que hacer deporte (si eras jugador de fútbol o jugadora de baloncesto ya lo copabas en el cole, aunque ahora ha llegado el tenis y ha llegado el pádel), ir al conservatorio (mejor piano o flauta travesera que es más de clases), aprender inglés (nada de francés ni de alemán, que eso son lenguas minoritarias) y ser miembros del AMPA para que salgan más baratas las clases de pintura (o de aeróbic para madres y bricolaje y cocina fácil para padres)? Después llega a casa, haz los deberes, pon la tele, la play y engánchate a tu smarphone con mensajería instantánea. Y luego, de adultos, que hagan yoga o vayan a un terapeuta para tratar diagnósticos de hiperactividad, TOCs o ansiedad, claro que sí.
Yo, de todas esas cosas, que muchas hice, lo que mejor recuerdo son los paseos por el campo con mi abuelo en silencio (con las manos agarradas por la espalda, con mucha paz), lo bien que dormía en el pueblo sin despertador hasta que mi abuela abría los cuarterones, las tardes muertas (pero muy vivas) entre sol, libros, pinturas, tizas, juegos inventados, bicicletas y bocadillos de nocilla. Cuidadín con la libertad de tiempos, que la estamos convirtiendo en inexistente. Jordi Soler lo reflexiona muy bien.
Y otra cosa: no todos vamos a ser Montaigne.
d.
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