miércoles, 20 de enero de 2016

Abdicaciones.

"Tómame, oh noche eterna, en tus brazos
y llámame hijo.
Yo soy un rey
que voluntariamente abandoné
mi trono de ensueños y cansancios.
(...)
Desvestí la realeza, cuerpo y alma,
y regresé a la noche antigua y serena
como el paisaje al morir el día".
ABDICACIÓN, Fernando Pessoa



Querido hijo:
Zambúllete en los pliegues del abismo,
heredero del mundo.

Tú, que renaces, cada noche oscura del alma, de savias de árboles con muertes legendarias. Tú, que cada mañana, con un beso en la frente, les cuentas todo lo que nunca le dijiste a tu padre mientras ellos, vástagos durmientes, se tapan la boca para no tragar calimas de nieve.

Tú, que te abandonas voluntarioso a la cellisca. Abrígate, hijo, que la guerra nos deja desnudos y la miseria se agolpa en los resquicios de generaciones que no llegarán a pisar el verde de estas tierras. Espada, brazos, manos, cetro, corona y espuelas, hijo. Bien firmes, que no se nos rompa la esperanza; que no se haga daño la bondad en este hielo que aguillotina
perfecta
mente
pupilas que vigilan y deciden de qué mitologías estamos hechos hombres / mujeres / bestias, de qué mitologías nacimos niños y moriremos niños, también, pero más solos y más tristes y con más frío, hijo.

Le diremos bajito a Caronte que escondemos un óbolo en la manga para un último desvío a lo frágil, a la música callada, al arte de las cábalas serenas --donde a veces fuimos felices--
antes de ser
barro
para nacer de nuevo.

d.


jueves, 14 de enero de 2016

Seríamos otros.

"Si yo fuese Dios / y tuviese el secreto, / haría un ser exacto a ti".
Me basta así, Ángel González



Ojalá viviéramos donde existen los hoy sin luego, lo limitado de lo previsible en lo efímero de fronteras que dubitan predicados. Los ahora se posan en el magma incandescente del centro de la tierra de lo eterno. Dicen las lenguas viejas que no sabemos cuánto duele el dolor hasta que duele, hasta que el infinito se hace trinchera de los miedos más vacíos.

Y miro y tiento / y abrazo sin tocar y busco / y quiero sin saber y habito / y aprendo sin querer y pienso / que confluyo en lo correcto de las declinaciones de tu vida, de los ríos que nacen de los deltas de la mía, de las voces afluente que nutren los lazos sin nudo que nos unen los mapas de esta existencia tan viva, tan cuerda.

Ahora --que atiendo-- entiendo cuando callas las heridas, cómo es esfumarse sin moverse, por qué evitas mirarte en los que fuimos cuando vuelves la mirada a los que somos y cruzas los brazos donde no cabe esta pequeñez tambaleante de tanto amor
mal dado y nunca dicho;
en los que tal vez, seguro, seremos.

Si fueras Dios y tuvieses el secreto, amasarías mundos límpidos / en los que no cupieran islas menguantes / en las que asentar faros firmes / en los que la luz fuera génesis / en el que farallones de sal y pómez lloraran la paz
que no tenemos.

Pero ni tú ni yo ni nosotros seríamos. Seríamos otros. Así que 
no traces perfecciones que no existen. 

Ven a reconocerte en mis ojos. 
Vamos a limpiarnos las arrugas.

d.

viernes, 1 de enero de 2016

Las tortugas nunca vuelven a la playa.

Desde el principio nos enseñan a hablar, a escribir, a leer, a distinguir lo que está bien de lo que está mal, a malinterpretar, a atarnos los cordones, a distinguir sustantivos de adjetivos, trigonometría, las músicas del mundo, las etapas de la historia, el truco químico de osoosito y picodepato. A pedir las cosas por favor y a dar las gracias, a disculparnos. A no usar la palabra viejo. A disimular, a no expresar. La requeteimportancia de la retórica, la prágmática, el entrevelado, la politesse con los demás.

Pero nadie habla sobre cómo nos vamos a sentir en la vida ni sobre cómo hay que enfrentarlo. No se da importancia a la emoción ni a saber gestionarla, a emocionar, a ser emocionado. A no hacer daño, a no hacernos daño, a que no nos lo hagan. Hasta que la caja de Pandora nos explota en toda la jeta. Es el miedo el culpable de la falta de asertividad, claro. Hay que poner(se) límites para no herir(se) más de lo estrictamente necesario, recetan. Pero el dolor recuerda, cada vez, que estamos vivos.

Las tortugas una vez se adentran en el mar, ya nunca lo abandonan. Nunca vuelven a pisar la playa. Son lentas pero no impasibles. Esto (os) deseo: avanzar con firmeza hacia el agua. Y consciencia. Y paciencia. Y paz. Y pan. Y mucha miga. Porque la vida es eso que gastamos en paridas y a veces hay que comerse el mundo a dentelladas. Porque homo sum humani nihil a me alienum puto. Ha sido un 2015 difícil, emocionante y revelador. Catártico. Introspectivo. Un año de esos de los de sacarse las castañas del fuego.

2016, aquí me tienes, aquí llego: llena de esperanza. A lo mejor es ahora, más que nunca, el momento en el que aceptar el resto de la existencia. A ver si somos felices; pero, sobre todo, a ver si somos nosotros.

d.





FOTOGRAFÍA: Alba Tardón.