martes, 17 de noviembre de 2015

Matar en nombre de Dios es no entender a Dios o cuando el tiempo empieza a correr.


Lo sobreentendido es luz en cubículo de los seres que mueren, exclusivamente un justo vasallaje en victoria -dicen que- divina, Yemen. Únicamente un problema menos de lo distinto, Irak. Regálate los miedos de la hartura, Madrid. Rómpete por dentro, París. Lo sobreentendido es un pensar libre, Londres. Es esa racionalidad de lo imposible cuando metrallea lo previsible de las curvas que se tocan, Siria. Lo verificable dentro de lo huesudo, Beirut. Ahora un blando silencio de lo familiar y lo consciente, Palestina. Una adornada palabra con vacíos que tiemblan, Libia. Verifico lo nuevo en ese impuro no-ser que luego camina torpemente desde fondo atroz de lo presente, Afganistán.

Y nunca me perdono cuando escucho la palabra terrorismo: el tiempo corre mientras procuro entender algo y llevarme a la boca un minuto de silencio sujetando la rabia entre los dientes, raspándome la piel con las paredes del mundo.
d.

miércoles, 28 de octubre de 2015

No existe el infinito.

No existe el infinito:
el infinito es la sorpresa de los límites.
Alguien constata su impotencia
y luego la prolonga más allá de la imagen, en la idea,
y nace el infinito.
El infinito es el dolor
de la razón que asalta nuestro cuerpo.
No existe el infinito, pero sí el instante:
abierto, atemporal, intenso, dilatado, sólido;
en él un gesto se hace eterno.
Un gesto es un trayecto y una trayectoria,
un estuario, un delta de cuerpos que confluyen,
más que trayecto un punto, un estallido,
un gesto no es inicio ni término de nada,
no hay voluntad en el gesto, sino impacto;
un gesto no se hace: acontece.
Y cuando algo acontece no hay escapatoria:
toda mirada tiene lugar en el destello,
toda voz es un signo, toda palabra forma
parte del mismo texto.

Chantal Maillard.



Vivo donde existen los hoy sin luego, lo limitado de lo previsible en lo efímero de la frontera que dubita predicados. Los ahora se establecen menos lejos del magma incandescente del centro de la tierra de lo eterno. Dicen las lenguas viejas que el sueño de la razón produce monstruos, que aquí la nieve es muy negra. Que no sabemos cuánto duele el dolor hasta que duele, hasta que el infinito pasa de impuro logaritmo a trinchera de los miedos más vacíos. Y miro y tiento y abrazo sin tocar tocando y quiero sin saber y sé y aprendo sin querer queriendo que confluyo en lo correcto de las declinaciones de tu vida, de los ríos que nacen de los deltas de la mía, de las voces afluentes infinitos que nutren los lazos sin nudo que nos unen los mapas de esta existencia tan viva, tan cuerda.

d.

viernes, 2 de octubre de 2015

Y, entre tanto, la vida.

Y pasó de todo desde entonces. Pasó el temario y los mandalas y las horas quevedescas de érase una interina a un teléfono pegada. Y las pesadillas y los audios de media hora. Y pasó Cayón y la buhardilla almodovariana y el departamento de la alegría y La Abadilla y la casa verde. Y pasó Caminos y los paseos con helado y bichos. Y pasó Abril. Y llegó mayo y la pre-opo y Salamanca y los problemas. Y pasó que crecí, que creciste, que crecimos, que me abandonaron y me quisieron, que me valoraron como nunca y me levantaron del fango cuando mordí la tierra pelín antes de llegar a meta. Y seguí sumando nombres porque vino León y Madrid y León otra vez y la ley de la selva y del sálvese quien pueda. Y llegó pero en realidad no llegó porque siempre está, porque nunca se va, aunque ahora nos separen trenes y kilómetros y muchos platos de lentejas para cenar. Y más principitos nuevos. Y llegó el peor verano de mi vida y el mejor también. Y Galicia y El patio de mi casa y mi familia y el futuro de sangre y la familia nueva. Y llegó el amor familiar más vivo que nunca y brotó brutal, qué de nombres sigo sumando. Y llegaron las conversaciones interminables de wasap y los amigos virtuales que se hicieron carne y me habitaron y me habitan. Y el cartojal y los camperos y el melillero. Y pasó la tristeza y la alegría y la locura y los grises más largos de esta última etapa. Y pasó Reinosa y mi chocita azul. Y un pingüino en Gulpiyuri. Y pasaron los malos y los buenos y los indeseables y los que junta el cosmos y las ibres y los viernes de todos los días. Y echar mucho de menos. Y los chavales y el jamón ibérico y Verne. Y comprender que lo bueno de esto son las familias geográficas de desconocidos ayer y hoy casi hermanos de supervivencia, entre cada casa y cada postre de pasiego y pantortilla, de cambio de clase y café en la cabaña. Y la fe inquebrantable en que el amor y la bondad mueven el mundo y hacen un Pangea nunca equivocado, cada vez. Y pasó que nunca se aprende a llevar la existencia en una maleta, pero se lleva. Y, entre tanto, la vida a borbotones, la intensidad de lo minúsculo, lo humano en los zapatos, la vida.
d.

lunes, 13 de abril de 2015

Viaje por una amapola

No sé si sabrás que las amapolas son flores y que antes de ser flores son capullos. A mí me gusta abrir los capullos de las amapolas y ver lo que hay dentro. Pero no nos detengamos, que tenemos que centrarnos en una amapola; y además, roja.
Sí, ya se que me vas a decir que es pequeña, la flor de la amapola, pero dicen los mayores que el concepto de pequeño es relativo, claro, y esto nos llevaría a tener que definir qué es ser pequeño y qué es ser mayor, y cómo tengo poco tiempo otro día te lo contaré. Pero no me puedo resistir y, por ejemplo, si yo soy grande, tú ¿qué eres? Me acuerdo de una vez en casa del médico, que éste le dijo a una señora que los virus no tenían puertas que se les resistiesen y que si su hijo había contraído la enfermedad por mediación de un virus no era por haber salido a la calle sino porque el virus se había colado por debajo de la puerta. Con todo esto me parece que estoy pareciendo un pensador y lo que yo quiero es ser un cuentista. No, no. No pienses mal que cuando digo cuentista no es que quiera vivir del cuento sino contarte el cuento de la amapola. 



También hay que saber que la amapola antes crecía por todas partes, sin permiso de nadie, y ahora hay que pedir permiso para cultivarla por eso de las sustancias. 
Al cuento.
Si nos situamos en un pétalo podemos sentir su suavidad, deslizarnos por sus pendientes hasta llegar a los estambres donde podríamos parar a descansar a su sombra (porque claro, no me imagino una amapola en invierno; ¿qué iba a hacer una amapola en invierno con frío y sin sol? Yo creo que no tendría sentido). En fin, después de descansar y refrescar un poco, treparíamos por los filamentos de los estambres y, de un salto, situarnos en la cumbre del pistilo y, desde allí, dado que se supone que es la parte más alta de la amapola, otear los trigales o los caminos o las montañas o los arroyos y ver los pájaros y el cielo y los insectos y, hasta si insistes un poco y te pones pesado, y tuviésemos un microscopio, ver algún virus.
También tendríamos tiempo de dormir la siesta mecidos por el viento de la primavera o del verano a la vez que oiríamos el murmullo del agua de los arroyos un poco embriagados por el olor del campo.
Pero ya es hora de dormir. Otro día te contaré la aventura de la leona. 
Se me olvidaba: para describir bien una amapola roja hay que leer un poco más a Proust.


Cuando tenga hijos, les leeré este cuento. Y les podré decir que lo escribió su abuelo Francisco (o sea, mi padre). O mejor, que sea él mismo el que se lo lea a sus nietos.
d.





jueves, 1 de enero de 2015

Son poquísimas las cosas que de verdad importan en la vida


Al cabo, son muy pocas las palabras
que de verdad nos duelen, y muy pocas
las que consiguen alegrar el alma.
Y son también muy pocas las personas
que mueven nuestro corazón, y menos
aún las que lo mueven mucho tiempo.
Al cabo, son poquísimas las cosas
que de verdad importan en la vida:
poder querer a alguien, que nos quieran
y no morir después que nuestros hijos.

Poema: Amalia Bautista.
Escultura: José Antonio Elvira.

Antonio nos regaló este poema (él habla poco pero dice mucho) y Teresa, días atrás, me dijo que ante todo y contra todo, fuera feliz (ella siempre llega como un huracán de los buenos). Así que al carajo las listas de buenos propósitos. En esto se resumirá mi filosofía de este año nuevo. Porque ya descubrí que La vida que quiero se sustenta en atender, primero de todo, mi yo interior y mis cosas positivas. Compartido queda.
d.