viernes, 10 de abril de 2020

Porque tú vives en el fondo de mis manos.

Imagen: Alberto Ruiz Yesa.

"Porque tú vives en el fondo de mis manos, 
y yo vivo en el fondo de las tuyas" 
Joan Margarit.

Si la vida dispone de mí antes, escríbele cartas al mar. Habla allí con las mareas de los ojos en las manos, de las manos en las tripas, de las tripas al pensarte. Arroja al agua las caricias que no pudiste cantarme, las palabras que no suavizaron lo que nunca pudimos ser del todo en todas partes durante todos los días, durante todas las noches. Que se deshaga el papel en las profundidades-hogar de los peces que nadan a oscuras con la coordenada única de la supervivencia. Sostenme los párpados cerrados y las palmas abiertas porque este combate hay que ganarlo con la misma calma horizontal que dejan preparada las gaviotas a la luna. Porque tú vives en el fondo de mis manos, y yo vivo en el fondo de las tuyas.
r.

Que quince años no es nada.


El domingo este escondite-refugio cumplió quince años. Programé la fecha con firmeza para volatilizar el centenar de legajos desordenados que hay por aquí escritos y que me dejan un poco al descubierto: a mí, o a mi yo ficticio, quién lo sabrá nunca. De la que fui no queda más que lo esencial: el nombre, y la firme creencia en la importancia del agradecimiento, de la alegría, de la palabra. Unas cuantas ciudades, personas, cotas logradas (y no), mudanzas después, aquí estoy. El mundo lleva casi un mes parado y nuestros indomables yoes se han vuelto pequeños entre las paredes más o menos amplias de las casas que habitamos y quiero / deseo / necesito pensar que empiezan a escucharse. Soy afortunada: tengo todo lo necesario para sobrevivir a esta crisis mundial. Tengo recursos, salud, amor, y tengo claro cuál es mi lugar en el mundo y qué puedo hacer desde él. Así que debería callarme. Menos para decir algo que me ronda incesante la cabeza, por esto que vivimos y por más cosas: la altura moral debe estar por encima de todo. 

Y que por ahora no me voy. Que quince años no es nada.
r.