sábado, 10 de septiembre de 2005

Chubascos.

Después de la tormenta siempre llega la calma y sale el arcoiris. Que sí, pero... ¿seguros? ¿Y mientras la tormenta qué pasa? ¿Nadie piensa en eso?
Las gotas, terminan oradando las piedras. En mayor o menos medida, con mayor o menos fuerza e intención; pero la oradan, me temo. Y llega un punto en que la piedra ya no es piedra y es guijarro. Y el guijarro, llega a ser arena. Y la arena...
Los rayos, luz de brusquedad que auguran un final feo. Como los errores cuando lastimas a alguien, aunque sea sin querer, sí. Y llegan ellos: los truenos.
Los truenos, como los gritos, duran poco; pero el susto ya es más largo. El estómago retumba y algunos no se te olvidan. Otros sí, pero de alguna forma, un trueno siempre será un trueno. Y de paso, el viento silbando. Qué intranquilidad... y qué cansado.
Las tormentas son entrañables si hay alguien que rodee con sus brazos, protegiendo un poco del ruido y de la ventana con cristales salpicados. Siempre es especial ese escalofrío de tormenta de verano. Y salir al jardín con un olor a húmedo que te infla los pulmones, y si te descuidas también las ideas. Contar algún caracol en las escaleras mojadas. Mirar al cielo y ver un tobogán de colores caprichosos que los ángeles, aburridos, han desplegado para jugar. E... irremediablemente se te dibuja media luna en la cara.
Hoy me conformo con una desde casa. Con Tontxu de fondo y un pedazo de Habana Blues. Sin brazos que protejan. Sin olor a húmedo. De lejos, la pureza de un día. De cerca, lo nuevo, que es bonito pero asusta (mucho). Y alguna cosa en el bolsillo: una sonrisa, un chupachús y unas pocas ganas de dar un abrazo; escrito en el alma, lo mismo que hace días: "à côté de l'espoir, petite..."; y bueno, la verdad es que me deshice de algunas cosillas...
Siento que algunas de las cosas que pasan cuando llueve, son por causalidad y no por casualidad. Ah, pero hoy no había arcoiris. Tal vez no se trata de una tormenta, a lo mejor son chubascos y entonces, el cielo que está vago (como yo), prefiere quedarse un poco gris, aunque le deje un espacio, pequeñito, al sol. Anaranjado, por cierto.
Un buen comienzo para enfrentar el miedo sería...
Un arcoiris en la ventana.
Duendecilla, sonriendo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

piedrecillas arrastradas por el agua, arenaillas, y medias lunas en la cara, olor a humedo, tormenta y calma... como me suena todo esto... y como resquema aunque no duela, verdad??
claro, no fue buen consejo, mala frase: que duela de amor... era justo eso y no me daba cuenta.
procuraré especificar la proxima vez