domingo, 13 de marzo de 2011

Os fados e os viages falam por si mesmos.

Portugal está más cerca de mis pies enmoquetados. La lluvia es más oscura y vieja allí. Como los adoquines de la cuesta que lleva hasta la universidad encerrada de enredaderas y obras sin terminar. Como los lomos de los libros sin luz y la piel mojada por los fados que no te gusta escuchar. Como las cenas de otro país vecino. El ascensor chirría en las subidas pero nunca en las bajadas y nadie sabe usar correctamente el tostador por la mañana. Cambian los nombres y los significados. Aunque todos nos entendemos y nos comprendemos, también. Los yonquis de la estación de autobuses piensan en el mismo idioma que los marineros que nos llevan de paseo: sólo quieren averiguar cómo volver a casa. El silencio cambia de color: se torna oscuro, como de años setenta, cuando había miedo todavía. La cerveza sabe a descanso con paréntesis muy oportuno y la carretera es una excusa que hay que enfrentar prudentes, a lo portugués. Agua para la debilidad y caprichos que tanto merecemos. La señora desaparecida estaba por todas partes. La puerta giratoria es tan rápida como mi maleta roja de equipaje revuelto. Los ojos del viejito que pide sin la boca con la mano muy extendida y muy arrugada. Desde la ventana se ve la torre del reloj y los canales no huelen a nada. El río tampoco. Me gusta la blancura de tus calcetines, de tus ojos y de tus manos. Y de los paseos contigo sin paraguas. El lugar concreto de las cosas, las costumbres. Los cambios de tiempo (verbal). Los mapas ajados que he aprendido a leer. Despertar por las mañanas recordando películas en idiomas que no manejo. Aveiro, Batalha y Coimbra. Cuando la vida nos deje completamos el itinerario.

Nb.

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